Pasado un año puedo decir que me sigo acordando como si fuera ayer de las tres semanas que pasamos en Stafford todos juntos, como una piña, como un grupo de personas que van a probar una nueva experiencia, con otro idioma, otras costumbres como la mantequilla en los bocadillos o la cena a las siete de la tarde, otra forma de conocer gente, de aprender a no bostezar durante una clase de Paul, a vivir con un paraguas en la mochila y sobre todo, de hacer amigos.
Con seguridad digo que eso fue lo que mejor supe hacer durante esos 21 días, hacer amigos, de esos que aunque lleves un años sin verles, les sigues echando en falta, que darías lo que fuera por volver a ese día en el aeropuerto, por repetir cada baile, cada viaje en autobús, cada tarde en la bolera o cada discusión que en su momento eran bombas explotando pero que ahora, pensando en frío nos parecen estupideces, porque como nos decía Kike, “de aquí a la felicidad hay bien poco y debemos aprovechar cada momento por malo que parezca”.
Volvería porque vosotros hicisteis que lo disfrutara, que me olvidara de los amargos recuerdos que dejara en Galicia, que oportunidades como la que estábamos viviendo se presentan pocas por no decir ninguna, porque momentos en el baño llorando con tus amigas no se volverían a repetir, que toda una tarde viendo monos sólo lo podríamos hacer en Stafford y que el museo de los aviones por muy aburrido que pareciera, de algo nos sirvió, a mi para darme cuenta que daría lo que fuera por volver.
Me disteis el mejor regalo de cumpleaños con el que nunca había soñado, pasé ese 31 de agosto con vosotros, en aeropuertos, en una cabina de avión aterrizando, en un autobús lleno de maletas, de lloros y de palabras bonitas pero sólo pienso en que este año no podrá ser así, pero me acordaré de vosotros como me estoy acordando ahora.
Os echo de menos chicos, a todos, y os quiero un montón.
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