Aprendí que los políticos mienten, que el Universo es infinito, y que nosotros somos diminutos, casi ni existimos.

03 abril, 2011

Catorce.


Cuando acabas algo, todo el mundo, aunque principalmente el que te rodea, te dice un “el tiempo pasa y los habrá mejores” y tú, como no tienes más cosas en la cabeza que aquella conversación en la que llegaba todo al final. Le dices que si al mundo, y si la primera semana es un laberinto y una noria de recuerdos, la segunda solo será una noria. Pero después… las semanas pasan y te ves igual o peor que al principio. No puedes evitar preguntar por él, por su vida o por el número de chicas que besó en el cuello apartándole primero el pelo con las manos, sintiendo dulzura primero y escalofrío de sensaciones después. Y todo esto te duele como a la que más, entonces es cuando intentas centrarte en otros, pero esos fracasan por no sujetarme firme, por no cogerme por el cuello cuando me quieren dar el mejor de los besos. Por no reírse si les hiciera “redondita, redondita” y por que no llevan su nombre, ni sus palabras ni sus abrazos.
Después es cuando llega la temporada, después de muchos meses esperando, en el que te dice que te echa de menos y que le gustaría ser tu amigo, quedar, dos besos y un abrazo en cada despedida y todas esas acciones propias de una amistad. Pero cuando parece que todo va bien y que empieza la estabilidad, él mismo me recuerda muchos de nuestros mejores momentos juntos, como el más mínimo detalle o como los momentos más felices de mi vida, que abundaron durante nueve meses.
Como cuando vimos “La vida es bella” en su cama de cuando era un niño. Abrazándonos y tapándonos para aguantar el frío. Después estaba el verano, cuando enfermara y fuera a hacerle compañía a su casa y me llevara al salón donde estaban todas las fotos de su infancia y sentándome sobre sus piernas me explicaba cada uno de esos recuerdos. Luego en la playa, cuando se rebozaba en la arena y no se bañaba porque el agua estaba demasiado fría y así nos quedábamos, tumbados ante una infinidad de personas.
Pero ¿sabes que era lo mejor de todos esos momentos? El poder tenerle a mi lado, cogerle de la mano e importarme nada que la gente se quedara mirando y poder decirle a alguien como el que le quería, porque desde que se ha ido no he vuelto a decir esas palabras a nadie.
Sin embargo, solo me queda suponer que dos amigos no hacen ese tipo de cosas, las cuales daría lo que fuese por repetirlas contigo.

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